Estoy en la biblioteca, ya han pasado un par de horas desde
la comida y estoy escuchando acústicos de Editors en el ordenador. Conecto con
emociones que me llevan años atrás, escuchando los mismos directos en
circunstancias diferentes.
“You came
by your own, and thats how you’ll leave”, “The sadest thing i’ve ever seen is
smookers outside the hospital doors”…
De vez en cuando me embarga una nostalgia cálida en los días
de biblioteca. Agradezco la emoción en días que parecen tan monótonos. La
rutina no es monotonía y todo eso, supongo.
Llevo días en que prácticamente solo me dedico a reunir
valor para ir a por lo que quiero. Se acabó la búsqueda de los momentos
perfectos, mi bastón de ciego se queda en el paragüero y voy a lanzarme.
Lanzarme, inmolarme, tirarme desde un sexto porque ella lo dijo, todo forma
parte de ese vértigo al que me consagro.
Se acabó el regodearme en tiempos donde yo era como “El
Jugador” para volver a serlo. Rojo o Negro y la determinación como única
garantía. Me niego a consumirme en la cautela como todos esos razonables,
racionales y expectantes cobardes. Adios hermanos, mi traición empieza hoy,
recoger las cenizas de mi fracaso como una reliquia que abandere vuestra causa
hacia la pasividad.
No podré oíros desde el subsuelo y si consigo el todo o nada
tendré los oídos taponados por las alturas.
No cuento con el resurgimiento poético del fénix, después de
la inmolación barro mis propias cenizas mientras evito compadecerme en exceso
acunado en miles de páginas de libros, una vez desaparece la emoción en las
palabras al extinguirse tu voz queda solo la música para dar sentido al tener
un órgano auditivo.
En estos momentos pese a saber que existe la inmortalidad no
tengo miedo al olvido, mi momento es ahora, la ruleta gira y solo el vértigo
mueve lo que digo.
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