lunes, 14 de abril de 2014

Evolución

He rescatado un texto que escribí en exámenes hace varios meses, me alegro de que no se haya perdido por su trascendencia personal, aunque ya tenga mis cicatrices es agradable contar con algo así para releerlo.

Cuando inevitablemente me acuerdo, o bien  porque alguien me pregunta por algún día importante o por lo que he aprendido en estos años e inmediatamente pienso en ti; antes quizá sufría.
Antes tenía esa necesidad de vínculo ficticio, después de la ruptura queda el contacto y esa falsa sensación de seguridad que da el saber del otro, asegurarse de no caer en el olvido y seguir unidos aunque sea por los falsamente alegres comentarios por el móvil o entorno a un café con miradas evitativas y sonrisas que tratan de evocar una calidez inexistente.
De verdad que necesitaba ese vínculo, aunque te dijera que no quería hablar y  pasara así meses, yo sabía que había minutos que pensabas en mí, y tu necesidad de acceso era suficiente para mí.

Calibré objetivamente coste/beneficio, qué me aporta mantener el contacto, que a veces hiere cuando es intenso y que enfría el corazón al pasar las horas. No había nada de objetivo en lo que yo creía, diría cualquiera, pero claro que lo había.
Estamos compuestos por esas pulsiones, necesidades y sobresaltos en el pecho del mismo modo que de raciocinio, no contar con ellos es absurdo al tratar de ser objetivos.
Objetivamente yo tenía la necesidad de vínculo y por ello lo mantenía. Es cierto que tenía seguro el no querer volver, sabía que no quería volver a donde no quise irme, y eso me permitía mantenerme cuerdo mientras duraba esa necesidad.

Ahora ya no necesito ese vínculo, como decía, cuando ahora inevitablemente te recuerdo, recuerdo a “La Chica”. Esto quiere decir que recuerdo a la imagen, de carácter múltiple, en algunos aspectos casi místico, trascendental y a veces doloroso, claro.
No necesito mantener el vínculo, ni ser su amigo ni nada en absoluto, ya tengo mis cicatrices, y una parte de ella dentro de mí. Tengo a mi “Ella”, imborrable y etérea.

La real carece de importancia ahora, la veo como veo a una extraña, no reconozco en mí a esa chica con la que de vez en cuando me tomo un café, de la que bebí de su pecho y que posa sonriente en otro país desde la pantalla de mi ordenador.
La conclusión es simple, no son la misma persona. La una está formada por mis proyecciones, deseos, pulsiones, amores extintos y forma parte de la dureza que a veces toma mi rostro. Es parte de las cicatrices de mi frente y la otra no.
Nada me puede aportar ahora salvo malos recuerdos que se extinguen. Antes me enfadaba porque no quisiera venir a exposiciones, música en vivo o hasta a mi habitación. Luego me enfadaba porque quisiera ir a esas exposiciones y a esos locales una vez lo hubiéramos dejado. Me enfadaba porque mis sitios especiales en vez de ser compartidos desde el cariño y el amor fueran “cedidos” para que ella los tome como suyos y los viva con otra gente. Pequeño niño celoso de sus lugares secretos, sí.
Ahora no quiero hacer estas cosas pero por su irrelevancia actual, no es cuestión de que haya otras chicas o nuevos amigos, es cuestión de mi evolución. Tengo mi aprendizaje y con esto basta.

Creo que es la vez que escribo sobre la “Chica” real con menos emoción desde que la conocí, la vida avanza y me reparo, creo que ya estoy listo.

sábado, 5 de abril de 2014

Estados de ánimo

Llevo unos días, unas semanas que lo noto. Noto como se va haciendo fuerte esa sensación pasada. Ese vivir tan familiar de reflexión, quietud, calma y evolución. Es cierto que estoy menos animado, que mente y corazón forman comunión con el propio cuerpo y alma y soy más ajeno a lo exterior. No soy capaz de hablar con algunas chicas, con alguna gente con la atención que se merecen… pero que bien estoy así. Abrazo a este estado como un viejo amigo que vuelve y que en el corazón nunca se fue con Mogwai de fondo.

Los proyectos dejan de estar apartados en el polvoroso rincón del después en mi mente y vuelven al frente. Collage de imágenes en el tablón de mi cuarto, discos en el reproductor, cuadros y teatro…
Los libros nuevos en la mesilla intercalados con los de clase abren una esperanzadora vía de conocimiento y en medio de todo ese torbellino aprieto más fuertemente las riendas de mi día a día.
Hay tiempos más felices, más maniacos donde soy más extrovertido, ligo más y hago todo lo que la juventud espera de mí. Aun así en estos momentos es donde me siento como en casa, los ratos libres solo quiero compartirlos con los buenos amigos, antiguos y nuevos. Muchos otros ratos también solo conmigo, como ahora.

La vuelta a la escritura como una respuesta a un ciclo, un homenaje a una revolución que surge del pecho, vibrando fibras que llegan a mente y manos y produciendo esta catarsis.

Siento no tener tiempo para chicas, salvo para enamorarme. Uno de esos amores de biblioteca o bar que suceden en momentos como este. Me explico, tiempo para pulsiones que surgen de adentro, que empujan, que llenan de mudez y congoja y obligan, exigen tratar de emocionar a esa chica. No soy capaz de dedicarme a nada que salgo de mí, que salga de mi narcisismo o del atractivo de una chica, en estos momentos todo sucede más puro.

Comienzan los: “te veo serio”, “estas rallado”, “te empanas” o un simple “eoo”.