Cuando inevitablemente me acuerdo, o bien porque alguien me pregunta por algún día
importante o por lo que he aprendido en estos años e inmediatamente pienso en
ti; antes quizá sufría.
Antes tenía esa necesidad de vínculo ficticio, después de la
ruptura queda el contacto y esa falsa sensación de seguridad que da el saber
del otro, asegurarse de no caer en el olvido y seguir unidos aunque sea por los
falsamente alegres comentarios por el móvil o entorno a un café con miradas
evitativas y sonrisas que tratan de evocar una calidez inexistente.
De verdad que necesitaba ese vínculo, aunque te dijera que
no quería hablar y pasara así meses, yo
sabía que había minutos que pensabas en mí, y tu necesidad de acceso era
suficiente para mí.
Calibré objetivamente coste/beneficio, qué me aporta
mantener el contacto, que a veces hiere cuando es intenso y que enfría el
corazón al pasar las horas. No había nada de objetivo en lo que yo creía, diría
cualquiera, pero claro que lo había.
Estamos compuestos por esas pulsiones, necesidades y
sobresaltos en el pecho del mismo modo que de raciocinio, no contar con ellos
es absurdo al tratar de ser objetivos.
Objetivamente yo tenía la necesidad de vínculo y por ello lo
mantenía. Es cierto que tenía seguro el no querer volver, sabía que no quería
volver a donde no quise irme, y eso me permitía mantenerme cuerdo mientras
duraba esa necesidad.
Ahora ya no necesito ese vínculo, como decía, cuando ahora
inevitablemente te recuerdo, recuerdo a “La Chica”. Esto quiere decir que
recuerdo a la imagen, de carácter múltiple, en algunos aspectos casi místico,
trascendental y a veces doloroso, claro.
No necesito mantener el vínculo, ni ser su amigo ni nada en
absoluto, ya tengo mis cicatrices, y una parte de ella dentro de mí. Tengo a mi
“Ella”, imborrable y etérea.
La real carece de importancia ahora, la veo como veo a una
extraña, no reconozco en mí a esa chica con la que de vez en cuando me tomo un
café, de la que bebí de su pecho y que posa sonriente en otro país desde la
pantalla de mi ordenador.
La conclusión es simple, no son la misma persona. La una está
formada por mis proyecciones, deseos, pulsiones, amores extintos y forma parte
de la dureza que a veces toma mi rostro. Es parte de las cicatrices de mi
frente y la otra no.
Nada me puede aportar ahora salvo malos recuerdos que se
extinguen. Antes me enfadaba porque no quisiera venir a exposiciones, música en
vivo o hasta a mi habitación. Luego me enfadaba porque quisiera ir a esas
exposiciones y a esos locales una vez lo hubiéramos dejado. Me enfadaba porque
mis sitios especiales en vez de ser compartidos desde el cariño y el amor
fueran “cedidos” para que ella los tome como suyos y los viva con otra gente.
Pequeño niño celoso de sus lugares secretos, sí.
Ahora no quiero hacer estas cosas pero por su irrelevancia
actual, no es cuestión de que haya otras chicas o nuevos amigos, es cuestión de
mi evolución. Tengo mi aprendizaje y con esto basta.
Creo que es la vez que escribo sobre la “Chica” real con
menos emoción desde que la conocí, la vida avanza y me reparo, creo que ya
estoy listo.